-Texto publicado originalmente en Marzo de 2013
Marcos Betanzos*
La muy desprestigiada imagen del
Colegio de Arquitectos de la Ciudad de México, debe parte de su origen a su
nula presencia o la omisión culposa que sistemáticamente presume ante
decisiones que atentan o representan una amenaza –también inigualables
oportunidades de mejora- para el ámbito arquitectónico y la ciudad en su
conjunto. La institución carece de voz y de un vínculo real entre sus
agremiados y las autoridades, entre aquellos que dictan las políticas públicas
y la comunidad que debe someterse o confrontarse a ellas, ¿hay algo peor? Quizá
sí: carece de agremiados.
Las razones parecen sobrar para
consolidar esa existencia inútil, las administraciones del CAM pasan una tras
otra y se enfrentan a lo mismo: nulos recursos para actuar, instrumentos
obsoletos para incentivar la participación de profesionistas, una
desorganización comparable al tamaño de su burocracia y la apatía de jóvenes
arquitectos –y algunos no tanto- que no entienden la función de este organismo que
se supone debería representarlos. Tienen toda la razón, no los representa. Al
menos no, cuando debe y de la forma en que se esperaría.
En la actualidad no puede dejar de
verse a esta institución con cierto tinte nostálgico donde salvo grupos de Directores
Responsables de Obra tienen acción, participación y temas que discutir. En
otros tiempos, se discutía acaloradamente, se debatía la forma en cómo la
profesión actuaba y se planteaban argumentos para consolidar la ciudad que se
deseaba… eran otros tiempos. Algunos de estos diálogos por fortuna los recoge
la colección de Cuadernos de Arquitectura del INBA, vale la pena consultarlos.
Sin embargo, hoy en día los
arquitectos –será injusto decir que todos, pero somos varios- la vemos como una
institución vetusta, arcaica, que no ha podido sembrar opiniones en temas de
relevancia que a todos nos afectan. En esa lista puede mencionarse la
construcción de la Supervía, la instalación de parquímetros, la alteración o
demolición de obras arquitectónicas del siglo XX y la alteración y daño de
edificios de valor histórico.
No ha existido voz oficial para
proponer alternativas para regular el espacio público, para procurar la
movilidad urbana altamente pregonada, para generar una cultura del concurso
público, para homologar los aranceles de la profesión (una utopía), para
defender la autoría de las obras construidas… para todo eso aún no hay voz que
pretenda hacerse escuchar. ¿Acaso no hace falta? ¿Necesitamos más instituciones
como ornamento?
La actividad gremial se diluye así entre
un organismo vacio y la procuración de más reconocimientos y menciones otorgadas
a la menor provocación. Habrá que decir que la credibilidad de las
instituciones u organismos se demuestra con posturas fijas, constantes, sin
oportunismos mediáticos, ni engaños culposos. Una vez que esto pueda
establecerse como un código de acción, quizá entonces instituciones como ésta, que
en su momento acogió a personajes importantes y fue sede de debates y
discusiones acaloradas pueda ser de nueva cuenta tomada un poco más en serio.
Mientras tanto el escenario ideal
que pretende tener el CAM para actuar no existe y si no busca consolidarlo
tomando riesgos y observando la realidad en la que se desarrolla el quehacer
arquitectónico, una vez más habrá
fracasado sin intentar obtener el éxito.
*Arquitecto, egresado de la Escuela
Superior de Ingeniería y Arquitectura del IPN. Docente en la Facultad de
Arquitectura de la UNAM y el ITESM. Fotógrafo y articulista independiente.
Becario FONCA 2012-2013 Jóvenes Creadores.