sábado, 21 de marzo de 2015

La Visual de...  Aprender de todo lo malo

“Sí, soy un monstruo, un peligro para la sociedad. Pero quienes me señalan con sus índices flamígeros mientras contemplan el Skyline de Manhattan no son mucho mejores”.

J. Volpi
Memorial del engaño
 

Marcos Betanzos* @MBetanzos

 
 
Dentro de las actividades más comunes y socorridas en el proceso de aprendizaje de la arquitectura se encuentran las obligadas visitas a obras  en proceso de construcción,  el participar como oyente a las conferencias magistrales de los Maestros del oficio —arquitectos ampliamente reconocidos por su legado— o hacer la revisión espacial de aquellas obras emblemáticas que por sus aportaciones  —siempre catalogadas en el ámbito positivo— se han convertido con el paso de los años en piezas didácticas desde las cuales es posible descubrir soluciones técnico-constructivas y hasta revelar parte esencial del autor detrás en su propia obra. 

Mientras uno se prepara académicamente, la mente está puesta en visitar las obras fundamentales a las que uno se aproxima en libros; uno asiste a conferencias y congresos esperando oír la revelación más reciente de los grandes gurús, esas vacas sagradas que a la menor provocación nos confrontan y nos dejan sin argumentos por la comprobación y destreza que han logrado en su práctica profesional; uno aspira a ser como ellos, como estudiantes queremos recibir la mayor información y aceptamos sin reproche cualquier idea como verdad absoluta, hay demasiado respeto para pensar que uno puede contradecir esas verdades que nos parecen irrefutables. La fantasía se nos desborda.  Somos ilusos.

¿Pero qué sucede cuando las vacas sagradas ya no son la mitad de lo que fueron? ¿Qué sucede cuando esos personajes inalcanzables se convierten en ídolos de barro que demuestran su debilidad al revelarse como simples humanos, algunos corruptos, otros misóginos, los que tienen ínfulas de diva o los que sencillamente están instalados fuera de la realidad y un gran etcétera? ¿Qué sucede cuando la obra icónica, perfecta y fulgurante es descubierta por nuestra mirada como un edificio mal logrado, abandonado, hecho pedazos por el tiempo? ¿Qué sucede cuando los discursos que otrora fueron pura lucidez, hoy son un catálogo de banalidades y prejuicios? ¿Cómo evitar que la desilusión nos alcance? ¿Por qué no aprendemos de lo malo desde un inicio? Sí, de lo malo, de lo que jodidamente ya sabemos que está mal desde su origen.
Todo eso y otras cosas más pensé en días recientes cuando en compañía de Martha Latapí, Gerardo Pérez y Axel Arañó, visité la obra más reciente de Sebastián en Chimalhuacán. Una obra que como bien dijo Axel es el puro despropósito por donde se le vea: mal construida, mal emplazada, mal gestionada, mal proyectada, mal, mal, mal... Una obra que a pesar de todo su artificio, su pretensión, su megalomanía, la de su autor, su opacidad, su poder político o simbólico no impresiona —Alejandro Hernández me preguntó si impresionaba—, aterra. 

Aterra tanto como escuchar a los grandes arquitectos decir barbaridades en un congreso de arquitectura donde estudiantes imaginan que tienen algo que aprender; aterra tanto como saber que todas las obras son fácilmente construibles si se sabe cómo recorrer el camino de opacidad y hacer la antesala en las atmósferas de poder; aterra tanto como pensar que no hay punto de comparación entre lo que hace un escultor y un arquitecto; aterra tanto como desviar la mirada de estos lugares que siguen albergando estas obras que por ser tan malas valdría la pena considerarlas instrumentos didácticos de lo que nunca debe hacerse.
  

Sebastián con esta obra ha sido infinitamente más criticado, más visible, más repudiado y más exhibido que cualquier arquitecto. ¿No valdría la pena aprender de todo lo malo? En este país –o al menos digamos, en esta ciudad- hay muchísimo que aprender. Seamos honestos, quizá debemos irnos a la segura: aprender de todo lo malo y dejar de confiar ciegamente en lo que nos dicen que es bueno, porque eso que dicen que sigue siendo bueno tal vez ya no tiene nada más que enseñar.


* Marcos Betanzos (Ciudad de México, 1983) es arquitecto, fotógrafo y articulista independiente. Becario FONCA 2012-213 por su proyecto #BORDOS100 y miembro del Consejo Editorial de la Revista Domus México, América Central y el Caribe.