La Visual de... Ricardo Porro
Por Marcos Betanzos @MBetanzos
Nominado en 1994 para recibir el Premio Pritzker y acreedor de otros tantos premios de carácter internacional es reconocido en todo el mundo por comenzar en 1959 su gestión como coordinador general del proyecto de las Escuelas Nacionales de Arte que entre 1961 y 1965 construiría en los terrenos del barrio de Cubanacan en las afueras de La Habana, contando con la colaboración de Vittorio Garatti quien realizaría la escuela de Ballet y la de Música y Roberto Gottardi, autor de la escuela de Artes Dramáticas. A su cargo estarían la escuela de Artes Plásticas y de Danza Moderna.
Roberto Segre (1934-2013), refirió en numerosas ocasiones el valor de la arquitectura de las Escuelas Nacionales de Arte de La Habana, éstas afirmaba: “constituyen uno de los principales íconos urbanos de la primera etapa de la Revolución cubana, caracterizada por su contenido romántico, pasional, más surrealista que socialista”. Estos dos proyectos que realizó, son puerta de entrada a una obra colmada de compromiso y oficio, atenta al detalle, a la técnica constructiva y la emoción, en ellos Porro evidenció que su arquitectura “trata de decir, no es abstracta” y por ello, estudiosos como la arquitecta Eliana Cárdenas (1950-2010), afirmaban que en su trabajo lo tropical, la africanía cubana y la sensualidad tienen papeles protagónicos.
Este gran proyecto integrado por cinco escuelas disimiles pero conectadas por su lenguaje arquitectónico libre de ataduras con el inmediato pasado, que reformularon los vínculos entre historia, sociedad, cultura e ideología, son parte de la herencia de este arquitecto que aún condenadas al abandono, el olvido y la destrucción, siguen en espera de que su reconocimiento y trascendencia en la cultura arquitectónica les hagan justicia. Tal como afirmó Gerardo Mosquera, estas obras se convirtieron en las primeras ruinas postmodernas de las Antillas, con la muerte de su autor, aún persiste el optimismo de que vuelvan a resurgir.
Ricardo Porro murió el 25 de diciembre de 2014 en Paris. Su trayectoria se colmó de un buen número de obras construidas –nunca tantas como las que incesantemente proyectó-, y su paso notable por la academia en Venezuela y Francia: arquitecto forjador de innumerables generaciones confrontó y padeció –al igual que su obra- el rigor del castigo ideológico, propio de la controversia y tensión post revolucionaria de su país natal, Cuba.
Nominado en 1994 para recibir el Premio Pritzker y acreedor de otros tantos premios de carácter internacional es reconocido en todo el mundo por comenzar en 1959 su gestión como coordinador general del proyecto de las Escuelas Nacionales de Arte que entre 1961 y 1965 construiría en los terrenos del barrio de Cubanacan en las afueras de La Habana, contando con la colaboración de Vittorio Garatti quien realizaría la escuela de Ballet y la de Música y Roberto Gottardi, autor de la escuela de Artes Dramáticas. A su cargo estarían la escuela de Artes Plásticas y de Danza Moderna.
Roberto Segre (1934-2013), refirió en numerosas ocasiones el valor de la arquitectura de las Escuelas Nacionales de Arte de La Habana, éstas afirmaba: “constituyen uno de los principales íconos urbanos de la primera etapa de la Revolución cubana, caracterizada por su contenido romántico, pasional, más surrealista que socialista”. Estos dos proyectos que realizó, son puerta de entrada a una obra colmada de compromiso y oficio, atenta al detalle, a la técnica constructiva y la emoción, en ellos Porro evidenció que su arquitectura “trata de decir, no es abstracta” y por ello, estudiosos como la arquitecta Eliana Cárdenas (1950-2010), afirmaban que en su trabajo lo tropical, la africanía cubana y la sensualidad tienen papeles protagónicos.
En
Artes plásticas la simbiosis entre interior y exterior se logra con un patio
central y galerías reinterpretadas de la arquitectura tradicional de la isla.
Con la bóveda catalana como elemento formal, portante y expresivo, Porro logró
grandes espacios cubiertos por formas redondeadas que, junto con la fuente en
forma de papaya, se asocian con lo sensual, metáfora de los senos y la vulva de
una mujer. Ricardo Porro afirmaba que el plan general de Danza moderna rememora
un golpe de gran impacto sobre un cristal, metáfora de la repercusión de la
Revolución cubana. Porro hizo gala de su convicción de que “arquitectura no
solo es forma sino contenido” reiterando tres principios básicos que rigieron
este proyecto: a) utilizar el ladrillo como material constructivo predominante;
b) adaptarse a las condicionantes topográficas del paisaje; c) lograr la máxima
libertad compositiva en la organización de las funciones: diversidad en la
unidad.
Este gran proyecto integrado por cinco escuelas disimiles pero conectadas por su lenguaje arquitectónico libre de ataduras con el inmediato pasado, que reformularon los vínculos entre historia, sociedad, cultura e ideología, son parte de la herencia de este arquitecto que aún condenadas al abandono, el olvido y la destrucción, siguen en espera de que su reconocimiento y trascendencia en la cultura arquitectónica les hagan justicia. Tal como afirmó Gerardo Mosquera, estas obras se convirtieron en las primeras ruinas postmodernas de las Antillas, con la muerte de su autor, aún persiste el optimismo de que vuelvan a resurgir.
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