lunes, 9 de enero de 2012

Entre lo didáctico y lo estético

Marcos Betanzos
@MBetanzos
Ante la infinita secuencia de traspiés que ha marcado la realización de uno de los monumentos que debió ser por unanimidad emblemático y de importancia irrefutable,  queda muy poco que decir pero varias cosas que delinear. Intentaré concretar al menos una.
El monumento Estela de luz nació mal. Su inicio se caracterizó –como la mayoría de los proyectos gubernamentales- por la premura y la poca planeación que de forma clara abren espacio a todo nivel de corruptelas y encubrimientos. No era casualidad que a meses de haberse dictaminado a un ganador y haber colocado la primera piedra, el caos saliera a flote y comenzará a desgranarse la mazorca. Algunos personajes presumieron habilidad  al saltar a tiempo del barco, sólo para ahogarse antes que la mayoría, otros lograron salvarse.
Y entonces, sólo así comenzaron los ataques y las descalificaciones. Despilfarro, corrupción, desconocimiento, todo sucedió y mucho más fue mencionado. Hubo quién cuestionó por qué se había seleccionado la propuesta cuando se renunció a la estricta lectura de las bases del concurso. Sin embargo, bastará recordar que el 15 de abril de 2010 el jurado integrado por Paulo Bruna, José Luis Cortés Delgado, Oscar de Buen, Antonio Dovali Ramos, Teresa Vicencio, Carlos Hernández Pezzi, Felipe Leal Fernández, Alejandra Moreno Toscano y Sara Topelson de Grinberg dictaminaron que la propuesta de Cesar Pérez Becerril era la idónea, que esa torre sería nuestro recordatorio de tan importante fecha.
En calidad de presidente del jurado José Luis Cortés Delgado expresó que el edificio “es emblemático de un México moderno: es una torre de luz innovadora, resuelto como plaza y como monumento de remate de Paseo de la Reforma; su esbeltez es significativa, es una propuesta sencilla y elegante, simple y eficaz. Es una escultura racional y adecuada, llega al piso de manera tranquila y es respetuosa con la puerta de los Leones, entrada del Bosque de Chapultepec y con el edificio de la Secretaría de Salud. El proyecto resalta los recorridos peatonales, integrando al contexto urbano; gana un gran espacio público para el peatón y enriquece el espacio existente; es abstracto y contemporáneo, se presenta como una gran estela y proyecta una imagen de serenidad".

Lo curioso es que meses después se afirmó que el jurado había seleccionado la propuesta “más fácil de construir” y también se dijo posteriormente que la habían seleccionado sin saber lo que ésta implicaba en términos constructivos, lo cual fue reiterado por Felipe Calderón el día de su inauguración. ¿Será esto creíble? Lo evidente es que de lo descrito, poco existe.
Sin duda, la relación entre arquitectos y política no ha sido fácil nunca pero en este sexenio la profesión fue de lo más incómoda y por lo que se ve lo seguirá siendo porque muy pocos “correrán ese riesgo” en el futuro, casi lo podría asegurar. Lo desafortunado es que entre los intereses de los grupos de arquitectos y los políticos existe un espacio ninguneado dónde está la mayoría: la ciudad, y en ella la fusión de ambos –al parecer- hace mucho daño.
Por ello, creo que debe quedar claro es que la importancia de tal construcción no radica en su valor estético, radica sí y sólo sí, en su valor didáctico. El confundir y dar la misma importancia a esas dos características es nocivo y puede hacernos caer en imprecisiones y en utopías a las cuales les hace falta visión para hacerse realidad. Que quede clara la lección: Así luce y así es la arquitectura en manos de políticos que entienden de construcción pero no de simbolismos, de funcionarios que saben de fechas pero ignoran la historia, de intereses que saben de grupos pero no de colectividad, de fiestas pero no de celebraciones.
En su momento afirmó José Manuel Villalpando, quien fuera titular de la Comisión del Bicentenario "La elección del monumento fue sencilla, basta con recorrer la Ciudad de México para descubrir que entre sus grandes monumentos no hay arcos", ¿Cómo no nacer mal bajo ese profundo análisis y rigor? Por ello no había arcos, ni habrá. Tampoco hay nada que disfrace la vergüenza de este monumento a la simulación.

¡México qué mal luces a tus 200 años, lo que te conmemora, te reduce!

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