jueves, 11 de septiembre de 2014

De nopales y serpientes

Marcos Betanzos *

@MBetanzos


“Mediante la gran escala y el miedo, los monumentos arquitectónicos tienen la misión de imponer la voluntad de un poder ausente en el presente vivido: es en la forma de las catedrales o los palacios que la Iglesia y el Estado hablan a las multitudes y les imponen el silencio”.
Georges Bataille

En el marco del segundo informe de gobierno del presidente de la república, Enrique Peña Nieto, se dio a conocer con bombo y platillo, dónde se realizaría y quién estaría a cargo del proyecto para el nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, indudablemente la obra de infraestructura más importante que se realizará en los próximos años. El anuncio sorprendió a medias pero aclaró al mismo tiempo varias sospechas: meses antes se había filtrado información de cómo se integraban las duplas de arquitectos mexicanos y extranjeros invitados sigilosamente a participar en el desarrollo de propuestas; se autonombró ganador el equipo de Teodoro González de León mientras que el de Fernando Romero, sin tales atrevimientos, circulaba con algunas fotografías de las reuniones sostenidas ya con funcionarios en compañía de su mancuerna británica, Sir Norman Foster.
 
Una vez anunciado el falló (de un concurso o asignación de la que pocos sabían), la avalancha de comentarios y ataques mediáticos –contenidos por semanas- se desató. El vox populi que aseguraba que la dupla Romero-Foster se quedaría con todo el pastel que significa construir más de 555,000 m2 se hizo realidad y entonces comenzó un linchamiento que hasta el momento no cesa. La noticia se la llevó el asunto reiterativo de la relación familiar entre el Fernando Romero y el ingeniero Carlos Slim, después vino la mofa del proyecto y más tarde los cuestionamientos más sensatos sobre el método y la forma de garantizar que un proyecto de tal relevancia tenga el sello de Foster y no (por favor) el de Romero.

La obra del sexenio, ha comenzado en medio de un nube de complicidades donde lo más importante no parece ser el diseño arquitectónico, sino todo lo que está detrás sosteniendo la escenografía que justifica el recurrir al diseño de vanguardia y la promesa de la modernidad –una vez más- para hacerle justicia a un país que según la versión oficial del gobierno “se está moviendo”, a causa, seguramente de las frenéticas convulsiones sociales que institucionalmente es imposible de observar.

La presencia de Sir Norman Foster en el proyecto parece ser la mayor carta de garantía para que todo salga de acuerdo a la seductora imagen renderizada de un proyecto monumental que ya supone naves espaciales de última generación deambulando el espacio aéreo mexicano, pero que inevitablemente sigue arraigado -o encajado a la fuerza- al nacionalismo más primitivo en su traducción conceptual, mecanismo eficaz, eso sí, para lograr una eficiente seducción y ceñimiento hacia cualquier discurso político simplón pero emotivo sustentado más que nada en la vacua identidad nacional, en la euforia y la promesa del cambio próspero hacia las masas populares: el típico modus operandi que acostumbra el partido político en el gobierno.


Pero para llegar a tener un Foster en Texcoco hacen falta años y demasiada cultura en cuestión de transparencia, oficio de arquitecto, visión de urbanista, compromiso para gestionar, conocimiento puro y duro, paciencia e hígado para no sucumbir ante funcionarios y vividores de las arcas públicas que son la epidermis de un Estado putrefacto que oculta en el maquillaje las noches de farra, eso o resistir firmemente a las ordenes de un mecenas que pese a todo, puede determinar dónde y cómo debe ubicarse un jardín de rosas por la pura autodeterminación de su “buen y refinado gusto”.

Sinceramente, no creo que Fernando Romero tenga esto para lograrlo, basta ver sus obras concluidas para entender cómo engatusar y entretener no es ni educar ni construir una arquitectura mexicana diferente a otras de valor similar pero con menor pretensión. Con esta obra apelan los arquitectos a cargo y el cuerpo político que se une a ella, a lo monumental, –que no tendría que serlo, salvo si se confunde esto con la escala y se llega al límite de la propaganda constructiva-, la verdadera obra monumental del proyecto no tendría que recaer en la cantidad de metros cuadrados por construir, sino en la instrumentación exenta de manipulaciones turbias que caracteriza la obra pública de este país.

Quien piense que esto se trata sólo de hacerle bullying a Fernando Romero con memes y chistes simplones se equivoca, él es sólo la punta del iceberg. Nadie puede poner en duda su astucia, que sabe lograr sus objetivos y que este sistema donde la arquitectura no garantiza nada, le viene bien. Este es el inicio de su consolidación como arquitecto al servicio del Estado y, también una oportunidad única de demostrar qué puede lograr si antes de desechar opiniones expertas se empeña en conseguir una obra donde no sea su megalomanía el principal factor de decisión.
 
Para Foster, este es un proyecto más. Nada tiene que demostrar y si lo hace con Fernando Romero, si nos da una lección magistral preferiría que un buen proyecto terminado me callara la boca antes de exhibirnos –una vez más- como un país limitado por sus fallos “culturales”, léase corrupción. Dudo mucho que la lección sea ver surgir exitosamente una buena arquitectura en medio de un pantanoso lugar donde el andamiaje que la sustenta no está a prueba de ilegalidades, complicidades, padrinazgos, coqueteos bajo la mesa y reparticiones a priori. El talento se necesita y las genialidades son esenciales para dar pasos hacia adelante pero ¿sabrá Sir Norman Foster de a cómo y con qué se construye en realidad la arquitectura mexicana o pensará como Fernando Romero que nos encontramos “viviendo un momento extraordinario en términos de desarrollo democrático”?


Posdata: Recientemente se anunció que será el equipo de Javier Sánchez quien realizará la CETRAM en las inmediaciones del Metro Chapultepec. Será porque es mejor arquitecto que Romero, será porque es más carismático e indudablemente mejor persona que el fundador de FR-EE o por los amigos que tiene, pero no muchos repararon en criticar o llevar al chiste idiota la adjudicación directa de este proyecto que aunque se gestará con capital privado tendrá un gran impacto en el ámbito público. Apena un poco reconocer que para una y otra arquitectura –sin importar la calidad comprobada de uno y otro despacho-, sea el mismo mecanismo al que se tenga que recurrir para concretar un proyecto de tal magnitud. No es culpa de los arquitectos, es lo que está detrás de ellos (de nosotros). No es ilegal evidentemente, es sencillamente incorrecto.



* Marcos Betanzos (Ciudad de México, 1983) es arquitecto, fotógrafo y articulista independiente. Becario FONCA 2012-213 por su proyecto #BORDOS100 y miembro del Consejo Editorial de la Revista Domus México, América Central y el Caribe. 
 
 

 
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario