De nopales y serpientes
Marcos Betanzos *
@MBetanzos
“Mediante
la gran escala y el miedo, los monumentos arquitectónicos tienen la misión de
imponer la voluntad de un poder ausente en el presente vivido: es en la forma
de las catedrales o los palacios que la Iglesia y el Estado hablan a las
multitudes y les imponen el silencio”.
Georges
Bataille
En
el marco del segundo informe de gobierno del presidente de la república,
Enrique Peña Nieto, se dio a conocer con bombo y platillo, dónde se realizaría y
quién estaría a cargo del proyecto para el nuevo Aeropuerto Internacional de la
Ciudad de México, indudablemente la obra de infraestructura más importante que
se realizará en los próximos años. El anuncio sorprendió a medias pero aclaró
al mismo tiempo varias sospechas: meses antes se había filtrado información de
cómo se integraban las duplas de arquitectos mexicanos y extranjeros invitados
sigilosamente a participar en el desarrollo de propuestas; se autonombró
ganador el equipo de Teodoro González de León mientras que el de Fernando
Romero, sin tales atrevimientos, circulaba con algunas fotografías de las
reuniones sostenidas ya con funcionarios en compañía de su mancuerna británica,
Sir Norman Foster.
Una
vez anunciado el falló (de un concurso o asignación de la que pocos sabían), la
avalancha de comentarios y ataques mediáticos –contenidos por semanas- se
desató. El vox populi que aseguraba que la dupla Romero-Foster se quedaría con todo
el pastel que significa construir más de 555,000 m2 se hizo realidad y entonces
comenzó un linchamiento que hasta el momento no cesa. La noticia se la llevó el
asunto reiterativo de la relación familiar entre el Fernando Romero y el
ingeniero Carlos Slim, después vino la mofa del proyecto y más tarde los
cuestionamientos más sensatos sobre el método y la forma de garantizar que un
proyecto de tal relevancia tenga el sello de Foster y no (por favor) el de
Romero.
La
obra del sexenio, ha comenzado en medio de un nube de complicidades donde lo
más importante no parece ser el diseño arquitectónico, sino todo lo que está
detrás sosteniendo la escenografía que justifica el recurrir al diseño de
vanguardia y la promesa de la modernidad –una vez más- para hacerle justicia a
un país que según la versión oficial del gobierno “se está moviendo”, a causa,
seguramente de las frenéticas convulsiones sociales que institucionalmente es
imposible de observar.
La
presencia de Sir Norman Foster en el proyecto parece ser la mayor carta de
garantía para que todo salga de acuerdo a la seductora imagen renderizada de un
proyecto monumental que ya supone naves espaciales de última generación deambulando
el espacio aéreo mexicano, pero que inevitablemente sigue arraigado -o encajado
a la fuerza- al nacionalismo más primitivo en su traducción conceptual,
mecanismo eficaz, eso sí, para lograr una eficiente seducción y ceñimiento
hacia cualquier discurso político simplón pero emotivo sustentado más que nada
en la vacua identidad nacional, en la euforia y la promesa del cambio próspero hacia
las masas populares: el típico modus operandi que acostumbra el partido
político en el gobierno.
Pero
para llegar a tener un Foster en Texcoco hacen falta años y demasiada cultura
en cuestión de transparencia, oficio de arquitecto, visión de urbanista,
compromiso para gestionar, conocimiento puro y duro, paciencia e hígado para no
sucumbir ante funcionarios y vividores de las arcas públicas que son la
epidermis de un Estado putrefacto que oculta en el maquillaje las noches de
farra, eso o resistir firmemente a las ordenes de un mecenas que pese a todo, puede
determinar dónde y cómo debe ubicarse un jardín de rosas por la pura
autodeterminación de su “buen y refinado gusto”.
Sinceramente,
no creo que Fernando Romero tenga esto para lograrlo, basta ver sus obras
concluidas para entender cómo engatusar y entretener no es ni educar ni
construir una arquitectura mexicana diferente a otras de valor similar pero con
menor pretensión. Con esta obra apelan los arquitectos a cargo y el cuerpo
político que se une a ella, a lo monumental, –que no tendría que serlo, salvo
si se confunde esto con la escala y se llega al límite de la propaganda
constructiva-, la verdadera obra monumental del proyecto no tendría que recaer
en la cantidad de metros cuadrados por construir, sino en la instrumentación
exenta de manipulaciones turbias que caracteriza la obra pública de este país.
Quien
piense que esto se trata sólo de hacerle bullying a Fernando Romero con memes y
chistes simplones se equivoca, él es sólo la punta del iceberg. Nadie puede poner
en duda su astucia, que sabe lograr sus objetivos y que este sistema donde la
arquitectura no garantiza nada, le viene bien. Este es el inicio de su
consolidación como arquitecto al servicio del Estado y, también una oportunidad
única de demostrar qué puede lograr si antes de desechar opiniones expertas se
empeña en conseguir una obra donde no sea su megalomanía el principal factor de
decisión.
Para
Foster, este es un proyecto más. Nada tiene que demostrar y si lo hace con
Fernando Romero, si nos da una lección magistral preferiría que un buen
proyecto terminado me callara la boca antes de exhibirnos –una vez más- como un
país limitado por sus fallos “culturales”, léase corrupción. Dudo mucho que la
lección sea ver surgir exitosamente una buena arquitectura en medio de un
pantanoso lugar donde el andamiaje que la sustenta no está a prueba de ilegalidades,
complicidades, padrinazgos, coqueteos bajo la mesa y reparticiones a priori. El
talento se necesita y las genialidades son esenciales para dar pasos hacia
adelante pero ¿sabrá Sir Norman Foster de a cómo y con qué se construye en
realidad la arquitectura mexicana o pensará como Fernando Romero que nos
encontramos “viviendo un momento extraordinario en términos de desarrollo
democrático”?
Posdata:
Recientemente se anunció que será el equipo de Javier Sánchez quien realizará
la CETRAM en las inmediaciones del Metro Chapultepec. Será porque es mejor
arquitecto que Romero, será porque es más carismático e indudablemente mejor
persona que el fundador de FR-EE o por los amigos que tiene, pero no muchos
repararon en criticar o llevar al chiste idiota la adjudicación directa de este
proyecto que aunque se gestará con capital privado tendrá un gran impacto en el
ámbito público. Apena un poco reconocer que para una y otra arquitectura –sin
importar la calidad comprobada de uno y otro despacho-, sea el mismo mecanismo
al que se tenga que recurrir para concretar un proyecto de tal magnitud. No es
culpa de los arquitectos, es lo que está detrás de ellos (de nosotros). No es
ilegal evidentemente, es sencillamente incorrecto.
* Marcos Betanzos (Ciudad de México,
1983) es arquitecto, fotógrafo y articulista independiente. Becario FONCA
2012-213 por su proyecto #BORDOS100 y miembro del Consejo Editorial de la
Revista
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